sábado, 8 de marzo de 2014

…Y de esa forma murió Manuel.

Lo conocí en el invierno pasado, ahí en la Avenida Central, junto al hotel Reforma. Estaba en plena calle comiéndose unos tacos. Hace dos años que yo llegué a esta Ciudad, yo soy de Sonora, por eso mismo soy un poco desconfiado; aunque no sé porqué cuando Manuel se acercó a mí, al bajar yo de mi coche, no dudé en ponerle atención. Me preguntó sobre la ubicación de una oficina de correos, no sabía pero traté de orientarlo, tal vez con la intención solo de seguir hablando con él; tenía unos ojos color aceituna que te atrapaban a primera vista. La oficina de correos fue solo un pretexto… unos minutos más tarde ya estábamos en la habitación del Reforma. A partir de ahí no nos separamos jamás; lo llevé a vivir a mi casa. Le compraba ropa, zapatos, comida, todo lo que quisiera. Luego se puso a trabajar, era vendedor de terrenos campestres, no le iba muy bien, pero para eso estaba yo. Una mañana, mientras me dirigía a mi trabajo, me percaté de que había olvidado mi teléfono. Regresé por él… Ahí estaba Pedro mi vecino, que tenía meses sin saludarme. Manuel acariciaba su cara, mientras Pedro lo tomaba por la cintura. Al verme, el cobarde de Pedro salió corriendo, Manuel balbuceaba una ridícula explicación. Lo golpee hasta cansarme… le até las manos y, con las mías, le arranqué los ojos para que no volviera a ver a nadie. Se desangró… Pobre… se murió...nunca más Manuel... Mónica Ochoa Castillo 16 de Noviembre de 2006